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"Haz el bien a los demás", Amristar- India by Ana Zamorano Ruiz

Para llegar al estado de Punjab tuve que tomar un tren de 23h, y como me gusta estar siempre rodeada de locales, había comprado un billete en la tercera litera del vagón Sleeper class por 4 euros. Tres samosas que compré antes de subirme me hicieron conocer a un hombre que dormía frente a mí y que no sólo me compartió wifi sino charla. En India no hace falta planear nada mucho, y más en cuanto a comida se refiere; pues vendedores ambulantes andan rondando por los vagones sin importar la hora que sea. El único riesgo que corres es que la comida esté en mal estado o, te siente mal. Pero esto también forma parte de India y, hay que asumirlo.

Los vagones son abiertos y las camas no son más que una dura tabla con unas cadenas que acaban sujetas en el techo. Viajar en este vagón es sumergirse de lleno en la cultura pues, en su mayoría, los indios son muy curiosos a la hora de ver a una extranjera viajando así. Elegí subirme hasta la capital del estado de Punjab por todo lo bueno que había leído y escuchado sobre los Sijistas, una gran comunidad religiosa y guerrera que no sólo tiene fama de hospitalarios sino de grandes empresarios y que, además, conciben la igualdad de genero desde tiempos remotos. Esta mezcla me chocaba tanto que quise comprobarlo con mis propios ojos. 

Llegué antes de la madrugada así que seguí el “allá donde fueras, haz lo que vieras” y me acurruqué en una esquina abrazando la mochila haciendo tiempo para que el sol saliera. Las estaciones en India son hostales gratuitos donde la gente se tumba a dormir en el suelo mientras espera a su tren. Cuando amaneció, salí y caminé hasta el centro de Amristar sin haber reservado hostal, y con dirección al Templo de Oro, su meca. Un lugar mágico, con un gran lago sagrado y muchos comedores públicos donde todo el mundo es tan bienvenido que dan de desayunar, comer y cenar de forma gratuita a 100.000 personas diarias.

Y fue saliendo de desayunar que me encontré con este hombre que se prestó voluntario a no sólo hacerme un recorrido y explicación cada rincón sino a alojarme -también gratis- en una habitación del templo con más viajeros. Para despedirse me dijo que, como sijista, debía de bendecirme bajo las palabras, “Haz el bien a los demás”

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